La donación de órganos en la Argentina aún no recupera los niveles previos a la pandemia
En Argentina, unas 9.900 personas esperan un órgano según los datos oficiales del Sistema Nacional de Información de Procuración y Trasplante de la República Argentina (Sintra). En el transcurso de este año, hasta el momento hubo 319 personas donantes, según los registros del INCUCAI. La realidad contrasta con 2019, cuando se promulgó la “Ley Justina”, año en el que se registró un récord de 4.510 donantes y se alcanzó la tasa de 20 donantes por millón de habitantes.
Justamente, este 30 de mayo se celebró el Día Nacional de la Donación de Órganos, una jornada promovida para concientizar sobre una práctica solidaria que salva vidas. En diálogo con Infobae, el doctor Manuel Mendizábal, jefe de Hepatología del Hospital Austral, indicó que se necesitan más medidas de difusión y apoyo para mejorar la tasa de donación.
El doctor Mendizábal tiene 44 años y hace dos décadas que se encarga de preparar a los pacientes trasplantados y con ellos mantiene un vínculo que no sólo se reduce al prequirúrgico o el trasplante. “Es un seguimiento hasta que la muerte nos separe”, graficó en una entrevista con Infobae. Empezó su carrera muy joven en la especialidad, desde que comenzó su residencia.
Es miembro de la Sociedad Argentina de Trasplante, se especializó en la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, Estados Unidos, y actualmente es jefe de Hepatología y subjefe de Trasplante Hepático del Hospital Universitario Austral.
—¿Cuánto cambió la práctica profesional del trasplante desde sus inicios en la especialidad?
— No hubo muchos cambios en cuanto a las técnicas quirúrgicas, a los cuidados pre y pos trasplante. La medicación inmunosupresora tampoco ha avanzado mucho, la que tenemos disponible es muy efectiva, pero todavía se puede mejorar reducir los efectos adversos, que igualmente son manejables. Hay muchísimos más centros de trasplante de lo que había hace 20 años, lo cual es bueno y malo, porque florecen centros de trasplante en ciudades pequeñas que no tiene sentido que compitan entre ellos. Es una situación difícil de controlar y en la que tiene que intervenir el Ministerio de Salud y el INCUCAI de acuerdo a las necesidades. Cada órgano tiene su complejidad, mi sesgo es el de trasplante hepático. Es más sencillo abrir centros de trasplante renal, mientras que el trasplante cardíaco o pulmonar tienen mayor complejidad; o el intestinal, que solamente se realiza en dos instituciones.
Lo más importante es la tasa de donación, que ha ido aumentando con el tiempo, pero todavía estamos en niveles muy bajos comparados a otros países como Brasil, y ni hablar como España, que tiene una tasa de donante por millón a la que todos queremos llegar (NdR: en 2022, ese país alcanzó una tasa de 46,3 donantes por millón).
—¿Cómo han evolucionado las enfermedades hepáticas? ¿Existe una mayor exposición de las personas a contraer enfermedades graves vinculadas a la hepatología?
— Históricamente, la infección crónica por hepatitis C era la principal indicación de trasplante en Argentina y Occidente. Esta indicación ha caído dramáticamente, se creó una medicación muy efectiva para tratar el virus de la hepatitis y los pacientes dejaron de evolucionar a la cirrosis. Lo que estamos viendo es una pandemia no infecciosa que es la del hígado graso, que no quiere decir todas las personas con hígado graso van a recibir una indicación de trasplante, sino que el síndrome metabólico que estamos viendo con el sobrepeso, diabetes, la hipertensión, y las dislipemias evolucionan de la esteatohepatitis no alcohólica, produciendo la cirrosis hepática. Esto se está convirtiendo en las principales indicaciones de trasplante junto al tumor hepático y el alcohol, que pienso que ha aumentado un poco pospandemia.
—¿El hígado graso es una condición biológica o se adquiere?
—Son las dos cosas. Existe una predisposición genética a tener el síndrome metabólico que incluye el hígado graso, pero si no ejercitamos y comemos de manera saludable, potenciamos esa tendencia para que se desarrolle de manera más agresiva. Lo importante es que no todos los pacientes con hígado graso evolucionan a cirrosis, sino que es un porcentaje muy menor, mientras haya una vida saludable, dieta balanceada y actividad física para evitar cualquier tipo de complicación.
— ¿Qué le sucede a una persona que atraviesa por un trasplante de órganos?
—El cambio es enorme con cualquier órgano trasplantado. Hay que imaginar un paciente en diálisis, que tiene que ir tres veces por semana a conectarse a una máquina durante cuatro horas. La calidad de vida es pésima; además, te debilita, perdés masa muscular e independencia. De repente llegás a un trasplante y todo eso desaparece con controles médicos y medicación, es un cambio muy importante. Lo mismo sucede con un paciente con enfermedad hepática crónica que tiene complicaciones como puede ser ascitis, que es la acumulación de líquidos en la panza, a la que hay que pinchar con una jeringa y vaciar cada dos o tres semanas. No se pueden realizar actividad habituales y sociales, pero el trasplante cambia radicalmente. Los pacientes se emocionan tanto que lo festejan como un segundo cumpleaños, con una reunión familiar, y nos suelen invitar a los médicos también. Hasta se genera un vínculo tan fuerte que el médico del trasplante pasa a convertirse en médico de cabecera, cuando no debería ser así, pero es la confianza que el paciente tiene con el equipo. A veces, es difícil hacer ese “destete”.
—¿Cuál es la experiencia que más le impactó?
— Impactan mucho los casos de mujeres jóvenes, que vienen arrastrando enfermedades desde la pediatría, llegan a adultas, las trasplantan y después son madres. Hay pacientes que han elegido a médicos del equipo como padrinos de su hijo. Otros pacientes se involucran en campañas de donación, o concretan sus sueños cuando nos representan en los Juegos del Mundial del Trasplante, donde tienen natación, atletismo y otros deportes. Verlos participar con el logo del hospital, y que traigan sus medallas, moviliza bastante. La verdad es lo que te motiva seguir haciendo esto. No hay ningún día que uno no sienta un cosquilleo o que no se sorprenda con lo bien que evolucionan los pacientes. El día que no lo haga, ese día dejaremos de hacer trasplantes. Es lo que te seduce al final del día para seguir haciendo esto más allá de las inclemencias del país.
—¿Qué opina acerca de los criterios y las prioridades que establece el sistema para alcanzar el trasplante?
—Es un sistema muy transparente y trata de ser lo más equitativo posible, aunque no es perfecto. Lo que trata de hacer el sistema de lista es trasplantar al que está más enfermo primero, y que no sea algo por una cuestión de tiempo en lista. Se crean distintos sistemas de puntuación y eso le da un puntaje adicional a los pacientes con patologías específicas, algo que se va puliendo con el tiempo. Pero todavía hay pacientes que no terminan de quedar amparados por ese sistema. Personalmente me quedo con la transparencia: los pacientes pueden ver en qué posición estar, llamar al Incucai y consultar qué pueden hacer para tener prioridad. El INCUCAI no discrimina, todo lo contrario, asesora y me parece que lo maneja bien.
—¿Qué cambios trajo la sanción de la “Ley Justina”?
—En 2019, el año en que se implementó ,hubo mayor número de donantes a nivel nacional, después vino la pandemia y no hemos podido llegar a ese número. La ley Justina define a todo paciente como todo donante, a no ser que eso sea rechazado en vida por el paciente. A mí eso me genera un poco de ruido y dicotomía que alguien termine donando sin su consentimiento, porque la donación es un acto de caridad, de amor, en el que uno está consciente de que va a querer donar. Las familias ayudan y apoyan, pero la pandemia nos hizo retroceder 15 casilleros, y todavía no llegamos a esos niveles alcanzados en 2019.
—En las últimas décadas aumentó la ingesta de alcohol en edades más temprana. ¿Cómo impacta en el organismo en relación al riesgo de estas enfermedades?
—Obviamente impacta de manera negativa a largo plazo el consumo temprano, y varía mucho entre varones y mujeres. Las mujeres tienen una tolerancia menor al alcohol, con menor cantidad de gramos diarios de ingesta pueden evolucionar más rápidamente a una enfermedad hepática crónica. A diferencia del tabaco, donde hay campañas públicas agresivas y muchos centros deportivos prohibieron los auspicios de compañías tabacaleras, con el alcohol eso no sucedió para nada, todo lo contrario. Hay una responsabilidad social en cuanto a la venta de alcohol al consumo y a la difusión, que tampoco está controlado. Creo que lo único relevante que se ha hecho es la ley de tolerancia cero de alcohol al volante, pero después en cuánto a largo plazo no hay ningún tipo de políticas públicas que se monitoreen activamente.
—¿Qué tipos de medidas son necesarias para que se incremente la tasa de trasplantes?
—Falta mucha de difusión de los medios y en redes sociales que muestran cuántas vidas puede salvar un paciente que dona. De un paciente que fallece joven pueden lograrse siete trasplantes; son siete pacientes que pueden prolongar su vida. Ese impacto la gente tiene que saberlo, además de que se tiene que saber que el proceso de ablación es transparente. Y tiene que haber apoyo económico del Estado en cuanto a la donación y la procuración. El equipo de procuración es el que mantiene al donante hasta que salga el proceso de ablación, ese equipo tiene que tener un apoyo fuerte en lo logístico, en la capacitación y en la remuneración. Nosotros también como sociedad científica tenemos que fomentar la educación médica del trasplante porque es una especialidad de nicho, los médicos no saben lo beneficioso que puede resultar. Estado, sociedad médica y pacientes tenemos que impulsar y fomentar la donación y el trasplante.
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