El concierto debut de Virus
La historia es que Virus había sido bien recomendado ante la CBS Columbia, el importante sello discográfico: les dio el empujón y les aportó credibilidad Horacio Martínez, el mismo productor que a fines de los 60 había sido manager y descubridor de Los Gatos, la banda de Litto Nebbia, la de La Balsa.
“Si el Gordo dicen que son buenos deben ser buenos, porque él sabe de rock”, se dijeron los hombres de saco y corbata que se refugiaban detrás del escritorio para manejar la empresa. Los mismos que luego ficharían a Soda Stereo.
Así los Virus firmaron el primer contrato para grabar lo suyo, que era modernísimo y desafiante, sobre todo para la época: era 1981, todavía gobernaban los militares.
Acá no se sabía nada de punk. Y mucho menos de new wave.
Solamente la revista Expreso Imaginario, adelantada, había publicado una nota sobre los chicos de pelos parados y ropa roñosa de Londres que tocaban rock básico. Aquí mandaban Seru Giran y Spinetta Jade, que no eran precisamente cultores de un sonido básico.
Los Virus, en condiciones de precariedad y pagando el derecho de piso por ser un grupo ignoto, hizo su primer disco, Wadu Wadu, en el estudio todoterreno de la CBS -allí grababa todo el mundo: artistas de música melódica folklore, tango y cualquier otro género- que estaba en la calle Paraguay al 1500.
Lo presentaron con más entusiasmo que otra cosa en el Teatro Alvear, al 1600 de la avenida Corrientes, una sala que podía albergar, con mucha disposición del público, a muy poco más de mil personas.
Yo estuve allí y lo pasé divino.
Increiblemente, hubo alguien que, instalado en la platea, grabó algunos momentos de ese show en un cassette y on la precariedad del caso.
Este que sigue, por ejemplo:
Recuerdo, eso sí, que ya había visto a Virus.
Fue unos meses antes del concierto del Astral, en un sótano de San Telmo.
Escribí sobre eso en un libro que se publicó muchos años después sobre Federico Moura:
Recuerdo con tanto detalle la noche en que vi y escuché por primera vez a Virus, como si tuviese un video que hubiera vuelto a ver muchas veces. De paso: qué pena no haber tenido los celulares de hoy en esa época.
En ese tiempo, año 81, iba a ver muchos conciertos, grandes y pequeños, para hacer reseñas para el Expreso Imaginario que dirigía Roberto Pettinato y en el cual yo era el único redactor y un virtual Secretario de Redacción con toda la escena musical local a cargo, porque Pettinato me había dicho en nuestra primera reunión que nada de lo nacional le interesaba.
Yo tenía 22 años, hacía solo un año que estaba en Buenos Aires, y trabajando en el Expreso me sentía en la gloria: jugaba en primera y en el equipo de mis sueños.
Fue en un sótano de San Telmo. Casi como si el cuento hubiera sido muy de ficción.
Había una docena de mesitas, bastante gente para mi sorpresa, y el escenario al fondo; cuando entré al lugar me imaginé que más o menos así habría sido el Cavern de Liverpoool en las primeras noches de Los Beatles.
En un momento, unos muchachos de pelo corto con camperas negras de cuero, remeras livianas y pantalones ajustados, pasaron por entre las mesas, con sus instrumentos en la mano, y cuando llegaron al escenario, enchufaron y arrancaron.
Papá, qué bien sonaban.
Me sorprendió la justeza, la energía y un cierto desparpajo rockero que tenían y exhibían con orgullo. Sí, aquel lugar era el Cavern pero en otro tiempo y en otra ciudad.
La banda no era Los Beatles, claro, sino Virus. Y ahí estaba Federico. Delgadísimo, afinado, desafiante. Brillaban sus ojos claros.