La Mona Jiménez, de Córdoba
Viviendo en Buenos Aires, sabía quién era acá. Tal vez por eso me resultó no tan difícil entender qué significaba que ese fenómeno tan popular en el centro del país, una noche se presentara en Cemento, en ese momento el templo del rock porteño. En rigor, fue una de las pocas veces en que fue visitante. Siempre es local.
Un tiempo después, invitado por una periodista amiga -Marta Platía, corresponde que la nombre-, lo vi en acción acá en un baile. Estuve en un costado de su escenario, mientras Andrés Calamaro tocaba las timbaletas con entusiasmo, sabiendo que estaba momentáneamente integrado al grupo de este James Brown vernáculo.
Desde el palco, en el Sargento Cabral, vi la multitud bailando sabiendo que ese era el orgasmo más fuerte de su semana. Y lo vi conduciendo con lenguaje de señas a miles y miles de personas que esperaban delirando que “nombrara” a su barrio, incluso a aquellos que no figuran en los mapas.
Muchos años más tarde, ya instalado acá, en el centro del país, viví en carne propia qué significa estar en sus bailes. Acá conocí al Bam Bam Miranda, que una vez me dijo: “Vivir en Córdoba y no haber ido nunca a un baile de La Mona es como si sos un egipcio y nunca visitaste las Pirámides”. Oh.
Carlos Jiménez. Acá le dicen el Mandamás. Y está bien.
Todos saben que es elemental, que no sabe hacer otra cosa que bailar y cantar, y que canta bastante desafinado,… pero qué decirle, si Bob Dylan no es Frank Sinatra. Joaquín Sabina tampoco.
Todos saben que siempre sonríe para las fotos, y que poco le importa si el que lo abraza es el gobernador de turno o el político que está en campaña y que nunca defenderá a los de abajo que todas las semanas, todo el año, todos los años, pagan religiosamente su entrada para disfrutarlo.
Es que la Mona siempre sonríe y ahí está uno de los secretos.
En sus canciones habla de la gente pobre, de los postergados, de los barrios más humildes, de la injusticia y de la postergación. Pero a un ritmo alucinante, contagiante y seductor. A su público, que son miles y miles, no le importa que después le regale una sonrisa a quienes lo maltratan cuando llegan adonde quieren llegar. No le cuestionan nada. Disfrutan.
Acá es como Charly García y Diego Maradona. ¿Más que Lionel Messi? Tal vez.
A los ídolos, acá en Córdoba, en toda la Argentina y en buena parte del mundo, no se los discute. Se los acepta y se los aplaude. Eso es la vida.
Juan Carlos Jiménez Rufino, el ser humano que es, nació en enero de 1951. Tiene 73 años.
Y acá hay quienes lo juzgan eterno como el agua y como el aire. Y como la Cañada.