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Uno de los gases más potentes del calentamiento crece más rápido que nunca

El metano es un gas ampliamente distribuido en la naturaleza y en la vida cotidiana. Por lo pronto, el GNC y el denominado “gas natural” son, principalmente, metano. En la hornalla de la cocina o en el motor del vehículo ese gas tarda milésimas de segundo en transformarse en CO2 (anhídrido carbónico) para suministrar energía.

Pero también es metano el grueso de lo que se “ventea” en las explotaciones petroleras y son metano las flatulencias y eructos de vacas y otros rumiantes.

Es responsable de un tercio del calentamiento de aproximadamente 1,2ºC que se ya se ha producido desde finales del siglo XIX, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.

Contribuye al calentamiento entre 30 y 80 veces más que su equivalente en peso de CO2 que puede considerarse “eterno”, pero tiene la particularidad de que una vez liberado a la atmósfera, tarda “apenas” unas decenas de años en ser convertido en CO2 (anhídrido carbónico).

Por eso, el consenso científico internacional asumió que una forma de ganarle la carrera al calentamiento era concentrarse en la disminución de las emisiones de metano en una primera etapa, mientras se desarrollaban alternativas para disminuir los niveles de CO2. Si se disminuían las emisiones de un gas que en paralelo se está degradando, se establecía un mecanismo efectivo para parar la suba de temperaturas.

Hubo un plan no escrito, relativamente sencillo, basado en 4 premisas:

  • Que hubiera menos vacas
  • Que hubiera menos enterramientos
  • Que hubiera menos minas de carbón activas
  • Que hubiera menos producción de gas, al menos en instalaciones con fugas.

Hermoso y sencillo plan, contundente fracaso.

Los nuevos datos

Una nueva investigación del Proyecto Global de Carbono —una coalición internacional de científicos que busca cuantificar las emisiones que calientan el planeta— concluye que los niveles de metano en la atmósfera alcanzan los proyectados en los peores escenarios climáticos.

Según las determinaciones realizadas por este equipo, las emisiones de metano, un poderoso gas de efecto invernadero, están aumentando al ritmo más rápido registrado en la historia. La mala noticia tiene una doble cara: significa además que los compromisos globales de limitar este gas que se vienen adoptando no se están cumpliendo.

El informe Global Methane Budget (Presupuesto Global de Metano), aún no revisado por pares, concluye que las emisiones de metano causadas por el hombre crecieron hasta un 20 por ciento entre 2000 y 2020 y ahora representan al menos un tercio de las emisiones anuales totales.

El mayor crecimiento se debió a la expansión de los basurales, el auge de la producción ganadera, el aumento de la minería de carbón y el aumento del consumo de gas natural. Ni un sólo renglón con mejoras.

Por si esto no fuera suficiente, el informe también descubrió evidencia contundente de que las actividades humanas han aumentado la cantidad de metano que se libera espontáneamente en lagos, pantanos y otros ecosistemas.

En 2021, más de 150 países se comprometieron a reducir las emisiones de metano en un 30 por ciento para fines de esta década. Pero en un segundo estudio revisado por pares publicado en la revista Environmental Research Letters, los investigadores del Global Carbon Project encontraron poca evidencia de que el mundo esté cumpliendo esas promesas.

Las mediciones satelitales de años más recientes revelaron que las emisiones de metano crecieron un 5 por ciento adicional entre 2020 y 2023, con los mayores aumentos en China, el sur de Asia y Oriente Medio. Entre los principales emisores, el estudio reveló que solo la Unión Europea ha reducido significativamente las emisiones de metano en las últimas dos décadas.

En conjunto, los dos informes describen un mundo que ha tenido graves deficiencias a la hora de controlar uno de los principales contribuyentes al cambio climático.

Las observaciones de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos muestran que las concentraciones de metano en la atmósfera se han más que duplicado desde el comienzo de la revolución industrial y ahora se estima que están en su nivel más alto en al menos 800.000 años.

Para evaluar de dónde proviene el metano, los investigadores analizaron la química del gas para determinar su origen: el metano emitido por criaturas vivientes, como los microbios en el rumen de las vacas, en vertederos y pantanos, contiene una forma diferente de carbono que la versión del gas que proviene de los combustibles fósiles.

Con este enfoque descubrieron que aproximadamente un tercio de las emisiones causadas por los seres humanos proviene de la ganadería, en particular de la producción de carne de vacuno y de productos lácteos.

Las bacterias presentes en los estómagos de los aproximadamente 1.500 millones de vacas de la Tierra generan enormes cantidades de metano, ya que son fundamentales en el proceso de digestión de fibras vegetales que los monogástricos no digerimos.

A pesar de los esfuerzos por abordar estas emisiones modificando la dieta de las vacas y capturando los vapores del estiércol para utilizarlos como combustible, el Presupuesto Global de Carbono mostró que el metano del ganado aumentó un 16 por ciento entre 2000 y 2020.
Las emisiones de los basurales crecieron aún más, aumentando un 25 por ciento hasta representar una quinta parte de todo el metano producido por los humanos.

Aunque la industria de los combustibles fósiles representa una proporción menor de la producción mundial de metano que en 2000, las emisiones de las minas de carbón, los pozos petrolíferos y los gasoductos también han experimentado aumentos significativos.

Influencia humana

Por primera vez, los científicos también analizaron cómo las actividades humanas han afectado al metano que proviene de los ecosistemas, revelando que aproximadamente un tercio de las emisiones que alguna vez se consideraron naturales en realidad se pueden rastrear hasta las personas.

La escorrentía de las granjas y las comunidades proporciona más nutrientes a los microbios en lagos y humedales, acelerando su metabolismo y permitiéndoles producir más metano. Las temperaturas más cálidas y las mayores concentraciones de dióxido de carbono en el aire también dan un impulso a estos organismos.

Los embalses según el informe, generan casi tanto metano como todos los arrozales del mundo. El material orgánico que de otro modo sería transportado por los ríos hasta el mar queda atrapado en estos lagos, donde es consumido por microbios productores de metano. Cuando se extrae agua del lago para generar energía hidroeléctrica o regar tierras agrícolas, el metano se libera a la atmósfera.

Este fenómeno no anula los beneficios climáticos de pasar de la energía de combustibles fósiles a la energía hidroeléctrica, según Jackson, pero pone de relieve la urgencia de comprender los cambios en las emisiones de los ecosistemas.

A pesar de la aceleración del ritmo de las emisiones de metano, algunas investigaciones sugieren que controlar este gas de efecto invernadero podría ser más barato que mitigar el dióxido de carbono, y que aportará beneficios más inmediatos.

Ese esfuerzo está a punto de recibir un gran impulso gracias a una flota de observatorios en órbita cuyo objetivo es localizar las fuentes exactas de metano, hasta la granja o la instalación de gas más cercana.

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