El Che Guevara quiere verte (en el Parque de Las Heras)
En Potrerillos, la villa de montaña donde el turismo mendocino encuentra su lugar en el mundo, el hombre escuchó por radio los avatares de la revolución cubana. Aquellos relatos que retumbaron en la Cordillera fueron suficientes para llevarlo de viaje al Caribe decidido a sumarse a las huestes del ‘Hombre nuevo’. Ciro Bustos, el mendocino que descansaba en Potrerillos, se presentó ante Ernesto Guevara y le dijo:
_ Comandante, estoy a su servicio.
Sumado a la gesta de pura voluntad, Ciro Bustos se convirtió rápidamente en ‘El Pelao’, el hombre de casi dos metros y una manos tan grandes como nadie jamás vio. Sigiloso, de hablar pausado, su cautela llamó la atención del hombre de Alta Gracia. Apenas percibió sus habilidades, se lo encomendó al otro cordobés de la Revolución, a Alberto Granados. Granados y Ciro Bustos pusieron cuerpo y alma en construir espacios de educación y en educar. Y cuando todo eso fue hecho, Guevara encontró en el mendocino Bustos al hombre ideal para hacer la revolución en su país de origen. Sus silencios justos, su mirada desconcertante, la confianza que inspiraba y un altísimo grado de serenidad fueron las condiciones del mendoncino que lo pusieron en un lugar inesperado de la historia mundial.
Su retorno a la Argentina después de algún tiempo en Cuba fue por pedido de su jefe Guevara. Era hora de organizar la revolución al Sur del continente. Y el lugar donde encontrar los mejores cuadros, los más formados y comprometidos, era Córdoba. Y a Córdoba llegó Ciro Bustos. Primero Bell Ville, después el Cerro de las Rosas. Allí se reunió con los jóvenes que habían formado Pasado y presente, un espacio de reflexión y militancia escindido del comunismo argentino. José María Aricó, Oscar del Barco, Toto Schmucler, Francisco Delich -futuro rector de la UNC y la UBA-, y Samuel Kiskosvsky, entre otros, escucharon sus planes.
El proyecto era simple: iniciar una guerrilla rural como había sido la de Castro en Cuba, pero ahora en Salta y con el apoyo fundamental de los cordobeses, que escucharon atentos hasta que Ciro, como él mismo reconoció, sacó su as escondido debajo de la manga:
_ Detrás de todo esto está Guevara, que está dispuesto a venir cuando sea el momento.
No hubo más dudas. De aquel encuentro llegaría el EGP, el frustrado Ejército Guerrillero del Pueblo, con Massetti a la cabeza, los fusilamientos en la propia tropa, las persecuciones, la huida y el vivir a escondidas. Bustos era el enviado del Che a América del Sur, ¡escondanló!
Así, escondido, vivió años Ciro Bustos, yendo y viniendo por la causa. Una de sus últimas viviendas en Córdoba fue en barrio Maipú, alquilada por su abogado Horacio Lonatti. ‘El Pelao’ simulaba una vida que no era. Pero en Córdoba la pasaba bien: mendocinos y cordobeses siempre han conjugado.
Y fue en esa casa de barrio Maipú, en el absoluto sigilo en el que vivía, que Ciro Bustos, años después de la fracasada experiencia del EGP, comenzó a recibir mensajes de alguien, de una mujer, que necesitaba verlo. Que tenía un mensaje urgente. Que era preciso que se encontraran.
Por razones de seguridad la cita no fue fácil de consumar. Hubo una y mil estrategias. Horarios cruzados, un sin fin de lugares distintos en toda Córdoba. Después de haber puesto en práctica todas las tácticas para saber que no se trataba de nadie de la CIA ni de la Policía Federal, Ciro Bustos se encontró finalmente con la mujer en cuestión.
Ella era joven, tenía menos de 30 años y un aspecto físico que la alejaba los cánones latinoamericanos. La confusión fue mayor cuando Ciro Bustos la escuchó hablar. El castellano de la mujer estaba cruzado por su alemán de origen. Sabría Bustos, meses después, que la mujer en cuestión que lo citó a la vera del río Suquía se llamaba Tamara Bünke y su nombre de guerra con el que pasaría a la posteridad era Tania. Allí, con el río apenas crecido por las últimas lluvias, con porte de guerrera y en cortas palabras, en el Parque Las Heras de la ciudad de Córdoba, Tamara Bünke le dijo:
_ El Che quiere verte.
Ciro Bustos, supo, en nuestro Parque Las Heras, que Guevara iniciaba revolución en Bolivia y que él debía viajar cuanto antes. Informaciones posteriores indican que la alemana habría sido una espía al servicio de la Alemania comunista.
La historia que sigue es más conocida. Bustos llegó a la selva boliviana, Guevara reprendió a Tania porque sus palabras no fueron exactas -debió decir ‘tu jefe quiere verte’, no ‘el Che quiere verte’-, Bustos bajó nuevamente a la urbanidad y fue cazado por los uniformados bolivianos junto a Regis Debray. En aquella sesiones de tortura Bustos se vio obligado, por su condición de artista, a dibujar una serie de guerrilleros y esa fue la prueba de la presencia de Guevara en el país y su posterior asesinato.
Eso fue suficiente para que el mundo lo acusara de traición. Fue una presa fácil, dijo Tomás Eloy Martínez, para atribuirle el papel de Judas. Guevara fue apresado y asesinado, al igual que Tania, Tamara Bunke. A quien se le encontró, una vez muerta, en el bolsillo trasero de su pantalón, un papel en donde de puño y letra se reproducían las coplas de Guiterrero, la obra del cordobés Carlos Di Fulvio:
Si alguna vez el tiempo
Calle para siempre tu guitarral
Sobre tu sueño irá el viento
Quebrando maderas de jacarandá
Adiós, adiós guitarrero
¡Tu viejo sendero qué rumbo ha ‘i tomar!
Bustos cursó la cárcel y el maltrato. Fue deportado y en Chile festejó el triunfo de Allende. De nuevo en la Argentina, tuvo que huir ante la llegada de la dictadura. Falleció hace 7 años en su exilio sueco. Jamás olvidó que el principio del fin de sus sueños de juventud y los de toda una generación alrededor del mundo se iniciaron en nuestro Parque Las Heras.