Provinciales

Día de la Lealtad: las cartas de amor del 17 de octubre

“Mi adorable tesoro”. Así iniciaba una de sus misivas Juan Domingo Perón desde la mazmorra de la isla Martín García en aquel octubre de 1945. No le decía Eva, ni Evita, mucho menos mi amada señora Duarte. Un hombre de cuartel, uniforme y severidad día y noche, llamaba a quien era su novia con un amoroso “mi adorable tesoro”.

_ Sólo cuando estamos apartados de quienes amamos, sabemos cuánto les amamos. Desde que te dejé ahí, con el mayor dolor que se pueda imaginar, no he podido sosegar mi desdichado corazón. Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia.

No es Neruda. Tampoco una canción del Paz Martínez. Perón, no es secreto, tenía evidente facilidad para la escritura. Había publicado varios libros -uno era plagio, se lo había copiado al bisabuelo del inolvidable Juan Forn, pero esa es otra historia-. No obstante, más allá de sus habilidades para la pluma, su corazón a cielo abierto mostraba a un hombre distinto al criado en los cuarteles.

La carta de Perón a Evita desde su detención en la isla Martín García.

Además de amor, Perón hablaba, a través de su carta a Eva, de política. Aun no era el Perón que sería con los años, el peronismo era una idea que quizás tan solo retumbaba en su cabeza, Eva ni soñaba con ser el mito que finalmente fue. Pero Perón hablaba de política con la jovencísima Eva y le daba un mensaje que, con los años, tuvo miles de interpretaciones:

_ Escribí hoy a Farrell, pidiéndole acelerara mi excedencia y, tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio…

¿Efectivamente Perón pensaba tan sólo en recuperar la libertad y huir con Eva? ¿Eran reales esos deseos en Perón, que estaba pronto a convertirse en el mártir de los trabajadores? Quienes lo conocieron e interpretaron su obra dicen que no, que este fragmento de la carta formaba parte de sus estrategias. El hombre detenido sabía que todo lo que dijera y escribiera sería controlado por sus captores. Y que el supuesto deseo de huir con Eva no era más que un engaño para los de gorra. Que en la cabeza de Perón ya se tramaba el peronismo. Pero los censores de cartas de amor se creyeron la idea bucólica de un Perón criando vacas y sembrando hortalizas. Le creyeron, y así les fue.

_ Dile, por favor a Mercante que hable con Farrell para saber si autorizan que nos vayamos a Chubut.

Para más datos, el general anticipaba su deseo de emigrar a la Patagonia, terruño en el que se había criado y había pasado buena parte de sus tiempos iniciales en el Ejército. Chubut como destino final. Le creyeron. Y así les fue.

Más adelante, un apesadumbrado Perón le confiesa a Evita cómo pasa las horas en la isla en donde lo tienen prisionero:
_ Amor mío, tengo en mi cuarto aquellas pequeñas fotos tuyas y las contemplo todos los día con los ojos húmedos. Que no te pase nada o de lo contrario mi vida habrá acabado. Cuídate mucho y no te preocupes por mí, pero quiéreme mucho porque necesito tu amor más que nunca…

No hay, en tiempos previos ni posteriores, registros de un Perón tan expresivo y entregado a las mieles del amor. Jamás dio declaraciones de este tipo en las cientos de entrevistas que lo tuvieron como protagonista. Como criollo alimentado por la solemnidad de sus tiempos, siempre fue reacio a este tipo de expresiones. Pero estar preso, dicen los que lo sufrieron, despierta sentidos que suelen estar ocultos cuando se dispone de libertad.
“Mis últimas palabras en esta carta -cerrado el reo- serán para pedirte calma. Muchos, muchísimos besos a mi queridísima chinita. Perón”.

Horas después, el 17 de octubre de 1945 dejaba su marca para siempre.

Perón y Evita, ya casados, en un yate en 1945 (Photo by Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

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