La sensibilidad del bolsillo, la verdad única
En la Argentina (de Milei, de Fernández, de Macri, de Cristina, gobierne quien gobierne) pueden pasar las mil y un tragedias griegas, pero sólo un elemento hará trastabillar a un presidente, pase lo que pase y a costa de todo: buena o mala ventura económica. El resto importa nada.
La popularización de las series como producto de consumo cultural permite comprender, aun en la ficción, otras identidades. Tanta peli sueca o noruega o finlandesa nos hacen conocer cómo un hecho mínimo -por caso, el uso indebido de una tarjeta de crédito por parte de una primera dama- puede hacer caer a un gobierno. Bueno, en Argentina eso no pasa.
No pasa hoy y no pasó nunca. Ha habido escándalos superiores a la minucia del uso indebido de una tarjeta de crédito. Y ninguno de esos escándalos ha puesto en el más mínimo riesgo a un gobierno si ese gobierno es capaz de garantizar bienestar material y estabilidad económica (en distintas escalas de acuerdo a las espiraciones y deseos).
Seré más directo: el presidente argentino que garantice que las cosas marchen con holgura en materia económica, tiene impunidad para (casi) todo. (Podríamos eliminar el casi).
Seré más claro apelando al ejemplo de la historia reciente: hubo un presidente bajo cuyo mandato explotó una embajada y una mutual judía, voló una ciudad cordobesa y murió, en condiciones dudosas, su propio hijo. Y ese presidente, salpicado -y en algún caso, empapado hasta el cuello- por estas causas logró, caminando y sin transpirar, la reelección. Menem, después de episodios que le hubieran costado el gobierno a cualquier mandatario en cualquier parte del mundo, se impuso al FrePaSo y a la UCR sin sobresaltos. La razón fue una, simple y elocuente: la estabilidad monetaria y cierto acceso a bienes materiales para un sector de la población. Todo esto, después de décadas de inflación patria.
El desempleo creciente, la corrupción cuasi pornográfica, los exabruptos del presidente y los rumores y hechos sobre su conducta personal -el desalojo escandaloso de su familia de la quinta presidencial, su vida nocturna, la Ferrari y las mujeres-, fueron elementos anecdóticos a la hora del apoyo electoral.
Sería ingenuo creer que este efecto fue exclusivo del menemismo. El kirchnerismo y sus 12 años en el poder se explican por la misma razón: notable mejoría económica, acceso a bienes materiales. ¿La política de DDHH, el plan Qunita, la nacionalización de empresas no sirvieron de nada para lograr el apoyo que efectivamente tuvo? Sin dudas que sí, pero eso afecta a un sector minoritario de la población, el sector donde se concentran los núcleos duros ideologizados.
Pero fuera de estos núcleos duros (¿un 30% de la población?), hay un elevado índice porcentual de hombres y mujeres de este país que juzga su apoyo o no de acuerdo a un criterio tan simple como devastador:
– Estoy mejor o estoy peor.
Traducido:
– Cuento en mi billetera, veo qué puedo y qué no puedo comprar. Y después voto.
El politólogo Martín Rodríguez definió como nadie al kirchnerismo: Garbarino y DDHH. Sus más acólitos lo apoyaron por lo segundo. Un grupo importante, importantísimo, de la población, por lo primero: la licuadora, las Nike, el sushi de los viernes. Lo mismo sucedió con el menemismo: sus votantes se avergonzaban de haberlo votado, públicamente lo negaban. Pero en el cuarto oscuro veían la foto del Fiat Uno en la billetera, le daban un beso y metían en secreto ese voto prohibido.
Volvamos a Milei:
– No importa si el gobierno, en la Asamblea de la ONU vota, casi en soledad, a favor de la violencia hacia las mujeres.
– ¿No importa? ¿Y el despojo a los pueblos originarios?
– Tampoco. Y si en Diputados avala la ludopatía en menores, menos.
Estos últimos hechos sucedieron a la par del alza de la imagen positiva de Milei, que venía cayendo y en noviembre recuperó los niveles de comienzos de gestión. No importaron en absoluto los hechos enumerados justo acá arriba.
Y no importa no porque seamos malas personas. No importa porque nadie evalúa una gestión de gobierno por su conducta geopolítica o su posicionamiento frente a ciertas minorías. Le preocupa a una minoría ideologizada que se ubica a la izquierda o a la derecha de su pantalla, pero que no supera el 30% antes mencionado. Nadie vota de acuerdo al Memorámdum con Irán, las relaciones relaciones carnales con EEUU o el fanatismo de un presidente con Israel.
Hay sector mayoritario y desideologizado de la población, un 70%, que legítimamente dice:
– ¿Cómo ocuparte de lo que pasa en la ONU o en el Congreso o de los medicamentos del PAMI si Talleres no clasifica a la Libertadores o Belgrano pierde con Real Pilar?
– ¿Vos querés decir que en Argentina hay cosas más importantes?
– ¡Pero claro! Que tu equipo gane y que te dé el cuero para poder ir a la cancha.
– Pero eso no está pasando.
– Sí, es cierto, pero la paciencia, pobrecita, tiene cierta elasticidad.
Lo que importa es la economía. Pero esto no es para todos igual porque no todas las billeteras son iguales. Cada cual tiene sus aspiraciones. Los más desprotegidos históricamente encontrarán un avance en la posibilidad del asado semanal, en las zapatillas para el chico más chico, en una escapadita breve a Carlos Paz. Habrá otros que evaluarán el voto de acuerdo a si hubo 2 vacaciones al año, si pudieron cambiar auto y si mantienen la salida semanal a cenar. Otros viajan a Miami cuando les pinta y el devenir económico del país no les hace mella. Pero votan.
La lógica económica, aquella súper estructura sobre la cual se montan la cultura, la política y el resto de las estructuras menores de una sociedad, sigue siendo la que domina, con holgura, en Argentina.
Frente a esto, la conclusión es:
– Un día, el presidente Milei puede aparecer sosteniendo una correa de mascota en cuyo extremo no haya nada y el presidente insista que ahí, donde nadie ve nada, está su hijo de 4 patas.
– ¿O puede confirmar, el presidente, como le imputan de muy mala fe, una relación sentimental con alguien de su familia?
– Puff, sí sí, claro.
– ¿O pueden surgir milicias de ultras que se definan como el brazo armado del gobierno?
– Bueno, sí, eso también.
Pueden pasar mucho más desvaríos, pero la suerte del Ejecutivo se juega en una sola variable:
– Cierran o no cierran los números.
– ¿Cierran o no cierran los números?
En la previa de este primer aniversario se montó una gran campaña para mostrar -y lo hicieron propios y extraños- un supuesto éxito económico de la gestión nacional. Un brillante desempeño, resultados inesperados, la genialidad del ministro Caputo y compañía. Cada cual crea sus relatos -es así desde la Biblia para acá-, se los cree, los alimenta y los festeja. Pero cuando el relato está alejado de la realidad, creerse la aventura puede salir carísimo.
El gobierno hoy festeja el supuesto éxito en la macro economía. Quizás sea cierto: de algún modo, saberlo o no es fruto de la libre interpretación. La economía lo es: como nadie sabe nada, todos saben todo. Pero más cierto es que hoy no hay ningún número de la vida cotidiana que le dé motivos a Milei para festejar. No es opinión: son los propios datos oficiales del gobierno, generados por el INDEC. Desde los simples indicadores de ventas en supermercados al más complejo indicador mensual de la economía: todo a la baja, con récords históricos, con caídas que no encuentran piso, esperando una V corta que no llega.
Poco antes del año aniversario, el Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA dijo que hoy la Argentina vive la caída de ingresos más fuerte desde la crisis del 2001. Desde el oficialismo dirán que el Instituto está en manos del guevarismo zurdo maoísta -ese tipo de respuestas, propias de un guión de Capusotto, tampoco hacen mella en la credibilidad del presidente-.
La recesión autoinfligida frenó la inflación, que hoy tiene números similares a los que supo mostrar el renunciado Martín Guzmán. ¿Será suficiente? El tiempo dirá. Por lo pronto, la gente lo toma con alivio. El gobierno tiene dos espejos de la historia reciente para mirarse: el menemismo en sus comienzos y sus prolongados 10 años o el delaruismo, que siempre fue final.
En concreto, si los números cierran (cosa que hoy no sucede), Milei tiene 3 años más de gestión y altas chances de reelección. No importa que mantenga su violencia verbal y antidemocrática y su séquito de jóvenes Incels amenace violencia física. En la Argentina importa poco eso.
Justamente, los muchachos Incels, esos que creen que lo más importante es la llamada batalla cultural -notable ausencia de calle, ¿a quién corno le importa eso?-, acaban de lanzar la Fundación El Faro, con el cordobés Laje a la cabeza. La llamaron El Faro para “iluminar”. No saben, estos muchachos, que lo que importa de un faro no es su luz, sino sus 15 segundos de oscuridad.
Tampoco saben, los cultores de esta libertad sui generis, que la libertad no es río. No. La libertad es el agua en su caudal. ¿Sabrán, estos jóvenes sin poesía, cuán demoledora es una creciente después de la tormenta?