En política exterior, más aislados que nunca
Se cumple un año de gobierno de Javier Milei, y me piden una reflexión desde el portal de los SRT. Si lo analizo en general, con una mano en el corazón, no encuentro nada bueno, ni una decisión, ni una medida de gobierno acertada. Una de las definiciones más acertadas me parece la del sociólogo Jorge Elbaum, que dice que Milei es “un experto en crueldad que ha iniciado una cruzada violenta contra los sectores populares”. Además, podríamos analizar lo simbólico, el odio, el grito y el insulto que se ha instalado en la Argentina, a partir del estilo de un panelista de televisión basura devenido en presidente. Y ni hablemos del recorte al sistema universitario, que tanto afectó este año a este multimedio de la Universidad Nacional de Córdoba. Bastará con un dato, más que elocuente. La última dictadura llegó en marzo de 1976. Para el año 1977, Videla y Martínez de Hoz redujeron un 45% el presupuesto universitario. Este año, Milei redujo el presupuesto universitario real en bastante más del 50% respecto al año anterior. Se podría decir que, en este rubro, Milei es peor que Videla y Martínez de Hoz. ¿Fuerte no?
Pero voy a ir al grano, a lo que es mi especialidad, la política internacional, o en este caso la política exterior del gobierno que cumple un año. Una política exterior muy personalista, podríamos decir, y tan personalista que quedó demostrado en la expulsión por la puerta de atrás de la primera canciller de este gobierno, la cordobesa Diana Mondino. Se trata de una mujer que mostró su más absoluto desconocimiento en materia de política internacional, que decía que los exportadores pueden comerciar internacionalmente sin la ayuda del Estado, o que “los chinos son todos iguales”. Una verdadera vergüenza. Pero la echaron no por sus actos vergonzosos, sino por votar en la ONU como viene haciéndolo Argentina desde hace más de 30 años, en contra del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba. Ahí surgió la saña del presidente contra su propia gente, y la echó como a un perro. El reemplazante fue Gerardo Werthein, un empresario con muchos vínculos con el Estado de Israel y el lobby judío en Estados Unidos. Había sido el primer embajador de Milei en Washington, y años atrás se desempeñó como presidente del Comité Olímpico Argentino. Incluso fue impulsor de la ley que establecía un impuesto a las telefónicas para financiar el centro de alto rendimiento deportivo del país, y tenía posturas políticas cercanas a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Pero como decíamos, en realidad, el verdadero jefe de la política exterior es el propio Milei, a quien le cuesta delegar, y mucho más en este rubro. Ya en la campaña electoral, Milei había insultado a medio mundo, viendo comunistas y terroristas en todos lados, muy al estilo macartista, con unas anteojeras ideológicas ridículas que lo sitúan 50 años atrás.
Pero lo que algunos veían como simples exageraciones o exabruptos de un personaje de la tele devenido en candidato, terminó siendo un proyecto que se concretó una vez en el poder. Además de poner en peligro la institucionalidad y hasta la calidad democrática del país, ese proyecto se metió como una cuña en la comunidad internacional, con un Milei pateando el tablero en cada foro internacional y cuestionando cosas tan incuestionables como los derechos de mujeres, niñas y diversidades sexuales, de la tierra o de los pueblos originarios. Argentina se cayó del mundo y se alejó de los principios y compromisos globales que Occidente sostiene como pilares, sobre todo al salir del Pacto del Futuro.
En Argentina, la pérdida de derechos y de protección social se justifica por la necesidad de ajustar en pos de un superávit fiscal, pero los mismos argumentos en contra de los derechos y la igualdad en los foros internacionales, revelan que no es solo una cuestión de números, sino de una profunda convicción que está en la base del neofascismo mundial.
Milei rompió una débil tradición, pero tradición al fin, en materia de política exterior. Todos los gobiernos de la democracia habían mantenido algunos mínimos lineamientos que, incluso, forman parte de la esencia del liberalismo político a nivel global.
Algunos ejemplos son más que elocuentes.
20 de marzo, Comisión sobre la Condición Política y Social de la mujer (CSW) de la Organización de las Naciones Unidas. Allí, Argentina expresó su oposición al uso de lenguaje inclusivo “que permite la promoción del aborto y la ideología de género”. Votó junto con Nigeria, Rusia, Irán, Irak y Nicaragua. Esta posición rompió con la anterior postura respecto de la promoción y protección de los derechos sexuales y reproductivos, en contra de la legislación nacional.
18 de junio, Reunión Ordinaria del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA). En un proyecto de resolución sobre Haití, Argentina reclamó que se quitara la mención a la violencia sexual y de género. El mismo día también criticó en otros proyectos las referencias a la igualdad de género, la violencia sexual y el abordaje hacia migrantes, campesinos, ancianos y discapacitados. Por último, rechazó la Agenda 2030, firmada por 193 países miembros de la ONU.
Argentina no tuvo representación oficial a la IX Conferencia de Estados Parte del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará, que trabaja en prevenir la violencia hacia las mujeres en la región. Tampoco estuvo en la V Reunión de la Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo de América Latina y el Caribe, ni en la sesión del Comité de los Derechos del Niño de la ONU de septiembre. Además, en el marco del G20, Argentina fue el único país que se negó a firmar la declaración “sobre la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres”, dando la nota disonante ante el consenso del resto de los países, incluida Arabia Saudita.
Pero quizá la intervención más preocupante, fue la de Milei en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre. Milei embistió contra acuerdos globales sobre Derechos Humanos y rechazó la Agenda 2030 “para promover el desarrollo sostenible a favor de las personas, el planeta y la prosperidad”. Ante representantes de 193 países, el presidente argentino dijo sobre la Agenda 2030 “Es una imposición de ideológica socialista. No vamos a adherir a la Agenda 2030, no adherimos al marxismo cultural, a la decadencia” y atacó a los organismos multilaterales, entre ellas la mismísima ONU que, según él, “amenaza las libertades individuales y fomenta un colectivismo moralmente tóxico e incompatible con el progreso”.
Estas posiciones de Milei constituyen claramente un intento por deslegitimar los espacios multilaterales de diálogo, y los valores del mismísimo mundo occidental, que él dice defender. De hecho, la Revolución Francesa introduce en el liberalismo político occidental la noción de Derechos Humanos que tanto detesta Milei. Y al rechazar la cooperación internacional, la Argentina se pone a contramano del resto del planeta en otros temas como el cambio climático y la igualdad de géneros.
Pero quizá lo peor fue su anuncio, también en la ONU, de que la Argentina abandona la neutralidad por primera vez en su historia, para ponerse decididamente del lado de Estados Unidos, y, sobre todo, de Israel, en su genocidio en curso contra el pueblo palestino.
En su guerra santa contra las Naciones Unidas, a las que él ve como un nido de socialistas, inició en Cancillería una cruzada y una caza de brujas contra los diplomáticos de carrera, a quienes amenazó diciendo que los va a “auditar para detectar impulsores de agendas enemigas de la libertad”.
Hasta sus aliados del PRO se escandalizaron por las últimas votaciones de Milei en la ONU y postearon en la red X: “Argentina vota en soledad, contra el resto de la humanidad”.
Y así es, Milei hace su juego, que es dar la nota siempre, con el grito y el insulto barato, para no pasar desapercibido. El personaje se comió a la persona, y lo peor es que se comió también a la investidura presidencial. Milei va por el mundo más como un rock star de segunda categoría que como un presidente, y más allá de que busca desesperadamente las fotos con sus amigos, en los hechos concretos queda siempre solo. Porque más allá de compartir rasgos fascistoides con otros líderes de extrema derecha, hay posicionamientos concretos que constituyen un abismo ideológico. Por ejemplo, Donald Trump está en las antípodas de Milei en cuestión económica, anunciando un gobierno productivista y proteccionista para Estados Unidos. Con Giorgia Meloni, Marine Le Pen o Santiago Abascal, de VOX, lo separan posiciones muy distantes respecto a la guerra de Ucrania y, sobre todo, una característica muy nacionalista de los europeos, mientras que Milei dice que es “el topo que destruye el Estado por dentro”.
Ni hablemos de los papelones con el gobierno chino, a quien insultó y denostó, diciendo que jamás haría negocios con comunistas, y ahora quiere viajar a suplicar una extensión del swap multimillonario en dólares. O su posición en el Mercosur, cada vez más aislado con la llegada de Yamandú Orsi como presidente de Uruguay, que ya ha dado muestras de ubicarse detrás del liderazgo del brasileño Lula da Silva, igual que la Bolivia de Lucho Arce. Hasta el presidente el Paraguay, el neoliberal Santiago Peña, llegó a decir antes de la última cumbre de la semana pasada: “Dentro del Mercosur, todo, fuera del Mercosur, nada”.
De todos modos, nada de esto parece afectar demasiado a Milei, que sigue haciendo de las suyas, sin un rumbo claro en política exterior y poniendo a la Argentina cada vez más en una posición de aislamiento internacional que lo único que puede traer es más problemas domésticos para su pueblo. Y lo peor es que ese es el horizonte, o sea que no es que los fracasos fueron producto de errores o fracasos. En política exterior, la falta de plan es el plan. Se sabe, destruir es siempre más fácil que construir algo. Sobre todo, cuando las herramientas políticas son el grito y el insulto.