Beatriz Sarlo, un torbellino reflexivo
– Conmigo no Barone, conmigo no.
La frase la inmortalizó y, como si fuera poco, la volvió popular. Cuasi masiva. En una televisión que catapulta mediocridad y carne, Beatriz Sarlo, gracias a aquella intervención en 678 -y a la exposición de sus diferencias con los integrantes de aquel programa mega oficialista-, se volvió conocida para el gran público.
No era para menos. En aquel entonces llevaba más de 50 años como militante, docente, polemista, ensayista y escritora. Generadora constante de enemistades (intelectuales), inconformista y molesta, en sus últimos años apoyó públicamente a diferentes expresiones progresistas no peronistas y fui crítica del kirchnerismo por, de acuerdo a su argumento, ausencia de formas republicanas.
Quienes la conocieron en su juventud jamás dejaron de recordarle su pasado. Integrante de Vanguardia Comunista, la agrupación marxista leninista que la unió a otro gigante de las letras como Ricardo Piglia, su comienzo en política fue de la mano de su perfil intelectual. VC, de orientación maoísta, había sido fundando por Elías Semán (padres de los notables sociólogos cordobeses Ernesto y Pablo) y se destacó, siempre, por el nivel de formación de sus integrantes. Verdaderos cuadros en donde Sarlo no desentonaba. Desde la organización, Beatriz (quien compartió filas con Carlos Zanini, entre otros), encabezó y fue una las referentes de la revista Los libros, publicación que respondía a los lineamientos de la organización.
Fue en esa misma publicación, en un hecho inédito y propio de quienes poseen una estatura intelectual que supera la media, que Sarlo y Piglia se enemistaron para siempre. Utilizaron las páginas de la revista para exponer sus divergentes puntos de vista y anunciaron el final de la sociedad. “Nuestras diferencias respecto a la caracterización de la coyuntura política nacional” fue el título que encabezó las columnas de ambos. Piglia se mantenía en sus fauces anti isabelistas. Sarlo, por el contrario, entendía que había que apoyar a la viuda del general para contener males peores.
Con el retorno de la democracia, Sarlo abandonó la izquierda de su juventud y se recostó en un análisis que permitió comprender qué era aquello que vivíamos. No hubo, en Argentina, alguien más lúcida para explicar, desde el género ensayo, qué era esa posmodernidad que inundaba la vida cotidiana y nadie podía explicar. El rol de los medios, la deformación de los partidos políticos (y de la política como actividad) fueron algunos de los vectores que Sarlo pudo desentrañar para, así, poder comprender cómo se reconfiguraban las sociedades.
Fiel exponente de los ‘70, integrante de la intelectualidad posmoderna de los ‘90, se convirtió finalmente (o al menos eso pretendió) en una referencia moral de los 2000. El “conmigo no, Barone”, pretendió ubicarla en ese lugar incuestionable. Con la llegada del kirchnerismo al poder se ubicó en la tribuna del antiperonismo. Con una capacidad analítica y un carácter fuera de lo común, se animó al debate como una espadachín sin temor. Ya no quedaban similares. Con su muerte desaparece una de las últimas exponente de una generación que, inspirándose en Mariano Moreno y Domingo Faustino Sarmiento, fueron capaces de articular las letras, el pensamiento, la política y la polémica sin temor a nadie ni a nada.