Atahualpa Yupanqui, pensador
Interesado en la música popular del mundo, no sólo en el llamado folklore argentino o en el rock, sino en muy distintos géneros, siempre pensé en Atahualpa Yupanqui cuando se habla del canto profundo de los andaluces. El cante jondo. Lo de don Ata, creo, era exactamente eso: canto hondo.
Siempre se habla de él como autor e intérprete de tremendas canciones. Y cómo no: Los hermanos, El arriero, Chacarera de las piedras, Milonga del solitario, Viene clareando, Los ejes de mi carreta, El aromo, Milonga del peón de campo, El alazán, La pobrecita, Preguntitas sobre Dios, La flecha, Recuerdos de El Portezuelo, El payador perseguido, Yo quiero un caballo negro, Canción para doña Guillerma, Camino del indio y cuántas más. Se podría abrir una lista para otras grandes obras en las que puso su nombre, algunas totalmente suyas y otras en colaboración, algo que los conocedores saben que es así.
Siempre se lo destaca como buen escritor y cronista del país que no todos ven.
Pero incluso los mejores intencionados no siempre valoran el tamaño de su pensamiento.
En un papelito, en un cuaderno o quién sabe dónde y cuándo, escribió Yupanqui: Pienso que la tierra se enfría por ausencia de espíritu.
Oh, en un tiempo donde tanta gente piensa tan poco, incluso quienes deberían pensar para decidir qué hacen o qué señalan sus manos, eso es contundente.
Pienso que.
Y más: pienso que la tierra se enfría por la ausencia del espíritu.
Eso es un grito de protesta, claro, que no tiene nada que ver con la grandiocuencia de los textos pensados y concretados para ser una apología de la rebelión ante la gran injusticia.
Y sigue: Pero estamos nosotros, con pedernal y yesca, y poemas y coplas, y sueños de todo tiempo, para entibiar las horas de los que no quieren congelarse todavía.
Al borde del río Los Tártagos, en medio de un paisaje ciertamente espectacular, está la casa de Yupanqui. Sus restos descansan en uno de los patios de la casa, bajo un roble. Sus ojos se cerraron en 1992.
De lo que era, poco queda. Las paredes, los árboles, el cerro, el río. Pero queda su pensamiento. Ese citado y tantos otros por los cuales se podría abrir una lista, en los que dejó su nombre, aunque su sueño máximo era el de llegar a ser anónimo, porque así, decía, ninguna tumba guardará la idea.