Juana Iglesias, la mamá de Tanguito
El primero que me llevó a su casa en Caseros fue Miguel Abuelo, en 1981. Bahía Blanca 527 casi Puán.
Yo la quería conocer, claro.
Miguel y Tanguito fueron muy amigos, y Juana lo sabía y por eso quería tanto a quien poco después de aquello se haría hiperfamoso como el conductor de Los Abuelos de la Nada.
La primera impresión que tuve fue que era una mujer muy básica, sencillísima, que por sobre cualquier suceso en la música amó a su hijo y que por eso siempre lo esperó con paciencia y dedicación hasta que llegó el fin, el Borda y el tren, cuando hacía ya mucho que José -siempre lo llamó así- había dejado de ser un muchacho de barrio.
Eso lo confirmó las muchas otras veces que volví a su casa. Siempre me recibió con una sonrisa. “Disculpeme, vino otra vez el periodista”, le decía a sus vecinas cuando llegaba.
La señora me contó que cuando la familia se mudó a esa casa, su hijo que por entonces tenía 9 años, terminó la primaria, muy a desgano, a dos cuadras. Averigüé. Me hablaba de la escuela Nº 28 Angel Pini. Era 1958.
Me dijo también que el pibe se inscribió en un industrial de la zona para hacer el secundario, pero nunca fue a continuar con los trámites. “No me gusta, mamita”, me dijo que le dijo.
También me habló algo de su marido, el Gallego, español de Pontevedra, vendedor ambulante, que fue muy duro con su hijo. Su mamá no.
Grabé todos mis encuentros con ella pero nunca los hice público en una nota.
Aquí expongo un fragmento de esas conversaciones en las que, como nunca se había hecho antes, se puede escuchar su voz.
Tanguito murió bajo las ruedas de un tren en un día del otoño de 1972 cuando tenía sólo 26 años. Se había escapado esa madrugada del Neuropsiquiátrico Borda donde, internado y detenido, le habían practicado electroshocks hasta prácticamente lobotomizarlo.
El tren que lo mató es uno de la línea San Martín que lo hubiese llevado de regreso a Caseros. Allí, en su casa, lo esperaba su mamá que siempre tenía la cama hecha.