Provinciales

De la Rúa, la ilusión radical que se hizo añicos

A mediados de los ‘90, en pleno apogeo del menemismo y su convertibilidad, la hegemonía de aquel peronismo parecía imbatible. Contribuía a este panorama la imagen aun fresca del fracaso económico de Alfonsín y su hiperinflación. Nada ni nadie auguraba que el radicalismo pudiera torcer el destino en el breve lapso.

Pero la Alianza conformada por la UCR y el FrePaSo (peronismo de centro izquierda y progresismo antimenemista), le dio, al centenario partido y a alguno de sus dirigentes, una brisa fresca de renovación. Las legislativas de 1997, con el triunfo de Graciela Fernández Meijide como cabeza de la Alianza, auguró un panorama alentador que se cristalizó dos años después.

Hoy, hace 25 años, la fórmula encabezada por Fernando De la Rúa (radical balbinista de perfil conservador que le había ganado la interna a la misma Fernández Meijide) y Carlos ‘Chacho’ Álvarez (con origen en el peronismo de izquierda de los ‘70) derrotaban en las urnas a Eduardo Duhalde y Ramón ‘Palito’ Ortega, en la 2da vez en la historia que el peronismo perdía una elección nacional. La gran duda era: ¿a quién votó el presidente Menem?

La incógnita era por varias razones. En primer lugar, porque la distancia entre el propio Menem y el candidato del PJ era pública y conocida. No disimulaban ni en público ni en privado. Menem no colaboró en la campaña y mantuvo un silencio más parecido a la crítica que al apoyo. Y no sólo eso: mientras Duhalde hacía campaña criticando a la gestión menemista -por la recesión y el desempleo innegables- y auguraba un modelo productivista alejado del financiera reinante, el candidato radical montaba su discurso en la defensa del plan económico en curso, marcando diferencias con el menemismo solo en materia ética. Y, si se quiere, también en cuestiones de estilo.

La campaña aliancista se basó en una noción simple: basta de fiesta, pero continuidad del 1 a 1. Y sin dudas que la idea madre, más el desgaste propio de una gestión de 10 años y 6 meses, repleta de denuncias de casos de corrupción, tuvo su efecto positivo. Con una participación que superó el 80%, De la Rua se impuso en primera vuelta, sacándole 10 puntos de ventaja a su antecesor (48% versus 38%). En tercer lugar, cómodo, quedaba otro cordobés: Domingo Felipe Cavallo retenía el 10% de los sufragios que le habían faltado al peronismo para forzar un ballotage, herramienta electoral recién incorporada a la Constitución e inédita hasta entonces.

Había, en todo esto, una marca que, en 1999, distinguía a Córdoba: mientras en las elecciones de 1989, los tres principales candidatos eran egresados de la UNC, en este caso lo eran dos de los tres. Un peso del interior que desde 2015 se comenzaría a desdibujar y hoy resulta inimaginable.

Mientras tanto, Córdoba, desfasada del calendario nacional por la renuncia anticipada de Angeloz en 1995, caminaba en dirección contraria a la nación. Mientras en los ‘90 habían convivido el apogeo menemista a nivel nacional con el radicalismo provincial, a partir de 1999 se daba vuelta la combinación: la UCR gobernaba desde la Rosada mientras que el PJ volvía al poder provincial tras 27 años de la mano de José Manuel De la Sota, que había asumido a mediados del mismo 1999.

El triunfo de la Alianza representó, por un lado, la expresión de descontento de buena parte de la población para con las conductas individuales y corporativas de la dirigencia menemista, que amparados en la estabilidad económica no ocultaban la fiesta cuasi pornográfica en la que estaba inmerso el país. No obstante esa crítica, el apoyo masivo a De la Rúa también representaba el pedido de continuidad del modelo económico, que hacía más de 2 años daba señales de agotamiento.

Había otro elemento más. No era la primera vez que una alianza de partidos asumía el poder: el menemismo había ganado junto al MID y el PI, entre otros, y gobernado junto a la UCD. Pero el PJ de Menem lideraba el espacio sin discusiones. En la Alianza la convivencia era distinta: tanto la UCR -por su peso territorial y su historia- y el FrePaSo -por ser la oxigenación de la política argentina-, se sentían con el poder suficiente para determinar y vetar, imponer y eliminar. La convivencia, desde el comienzo, resultó complicada.

El primer gabinete de De la Rua tuvo una marca distintiva: presencia mayoritaria de economistas de perfil neoliberal. Incluso frente a la cartera de Educación, un hombre de números como Juan Llach, que se alejaba de la mirada progresista que el FrePaSo pretendía en asuntos sensibles a su electorado como el educativo. Lo que siguió es historia conocida: las coimas en el Senado, la renuncia de Álvarez y el fin de la alianza con el principal socio; la represión en Corrientes y la primera crisis intraradical, la asunción de López Murphy y el recorte a las universidades y una crisis económica que se arrastraba desde hacía años. Las legislativas de 2001, el voto bronca, en blanco y triunfo del PJ, determinaron la suerte de lo que explotaría a fin de año.

Los ‘90, en su sentido más amplio, habían llegado a su fin.

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