Arturo Jauretche: el gran pensador, protagonista del último duelo argentino
En tiempos remotos, la política fue una cuestión de honor. Y en esos mismos tiempos remotos, no tan lejanos, las cuestiones de honor se dirimían. ¿Cómo? A los tiros. Y de política, honor y tiros alguien que supo mucho fue el viejo militante (radical y peronista) Arturo Jauretche.
Jauretche fue uno de los más lucidos pensadores de lo argentino. Polemista irredento, cuando las palabras se acababan, y la paciencia también, don Arturo no tenía ningún problema en retar a duelo a su oponente. A sablazos, a los tiros y si fuera necesario a las trompadas, Jauretche iba al frente aún cuando su cuerpo -y sus años-indicaba que era mejor quedarse piola.
Por ese ímpetu y los desvelos de un falso honor, le debemos a Jauretche el, posiblemente, último duelo entre dos personas realizado en este país. Práctica acostumbrada hasta las primeras décadas del Siglo XX, en los ‘70 la idea de retar a duelo ya se había extinguido, pero el viejo Jauretche, calentón como pocos, caballero de otro siglo, quería irse a las manos ante el primer problema.
Y ese último problema lo tuvo con el general Oscar Colombo, ministro de Obras Púbicas de la dictadura de Alejando Agustín Lanusse. Jauretche criticó duramente la gestión de Colombo en un artículo publicado en el diario La Opinión y el militar, amparándose en sus habilidades y en el hecho de que don Arturo ya tenía 69 años, lo provocó a reparar sus diferencias a través de las armas.
La idea, anacrónica por donde se la viera, fue publicada en los medios: Jauretche fue retado a duelo. Nadie creyó, pese a la creciente violencia política que se vivía en el país, que el pensador aceptaría el camino de los tiros. Pero se equivocaron: aceptó.
Su amigo Oscar Alende, viejo radical y fundador del Partido Intransigente, intentó hacerlo desistir.
_ Arturo, el código de honor establece como límite los 65 años, vos tenés 69. Dejate de joder.
A Jauretche poco le importó el límite etario. Incluso reconoció que si hubiera sido algo personal, no hubiera aceptado. “Eso sí que sería una estupidez, pero acá se trataba de una causa que voy a defender”. Su causa era la soberanía energética. Y por esa soberanía se fueron a las manos Jauretche y Colombo un 15 de julio de 1971. Colombo pidió que fuera con espadas, pero Alende, el padrino de don Arturo, le recordó que su ahijado no estaba en edad de hacer esgrima y resolvieron que el duelo fuera con pistolas.
Todos los involucrados, incluyendo a un médico, viajaron, en secreto, hacia Empalme San Vicente, a 50 kilómetros de la Capital Federal. Prohibido por ley, nadie debía saber que se realizaría un duelo. Sin embargo, un periodista vinculado al mundo de la política y los secretos de Estado se enteró y viajó a cubrir la contienda sin que nadie lo descubriera. De película.
Oculto en el gallinero del campo en donde Colombo y Jauretche se jugarían la vida, Horacio Verbitsky observó cada minuto de la escena que se convertiría en el último gran lance de la historia argentina. Don Arturo estaba acompañado por Alende y muy pocos amigos. Entre ellos, un joven militante peronista que intentó convencerlo de que desistiera, que él se haría cargo de enfrentar a Colombo. Jauretche le agradeció:
_ Muchas gracias Rodoldo, pero los hombres de verdad sabemos asumir nuestros compromisos.
Rodolfo era Rodolfo Galimberti, el loco Galimba, un enamorado de las armas y la violencia, el cuñado de Patricia Bulrich. De película.
Sin ser visto, camuflado entre las plumas de los pollos pronto a ser sacrificados, Verbitsky registró la escena como una película que después narró en una crónica publicada en el diario La Opinión.
“El general Colombo y el doctor Jauretche se quitaron los sobretodos. El militar vestía un traje gris; el civil, uno azul. Ambos se levantaron las solapas para ocultar el blanco de las camisas. El director del duelo palpó de armas a los combatientes y con una moneda sorteó las dos cajas de armas. A las 8.21 los padrinos se ubicaron en los puntos elegidos a los duelistas, ofreciéndose la espalda y colocaron sus manos en las pistolas. El director preguntó:
_ Están listos señores?
Y ambos respondieron al unísono: estoy listo.
Había silencio. A las 8:22 el director dijo fuego 1-2-3.
El general Colombo torció su cintura, se agazapó ligeramente e hizo fuego sobre el número 1. El doctor Jauretche giró erguido y disparó entre los números 1 y 2.
Ambos fallaron, pero este redactor cree que tiraron a dar.
Los disparos provocaron una pequeñísima llamarada y fue imposible apreciar a qué distancia de los cuerpos habían pasado las postas. El ruido fue apagado y sin resonancia. La situación fue dramática pero no en un estilo convencional.
El doctor Alende se acercó al doctor Jauretche con su abrigo. El coronel Renain colocó el sobretodo sobre los hombros del general Colombo. El grupo se reunió en torno a la mesa y el presidente inquirió al general Colombo y luego el doctor Jauretche sí deseaban reconciliarse. Las respuestas fueron negativas. Terminado el lance, sus seis participantes se quitaron el sombrero simultáneamente como saludo por unos instantes. Cada bando emprendió la retirada por el mismo sitio en el que había ingresado.
El general Arredondo corrió hacia el general Colombo y lo abrazó. Ambos calzaban guantes. El sonido de las palmadas del abrazo se expandió con mayor fuerza que el de los disparos. El general dijo afectuosamente:
_ Caray hombre, esta no es hora para un duelo”.